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¿Sabes cuando estás leyendo una noticia interesante en internet y, de repente, aparece una ventana emergente con una información que ni has pedido ni te interesa, y que tapa todo el artículo que estabas leyendo? Quizá esta ventana emergente pueda traerte una información que pueda ser útil y necesaria, pero no es a lo que tú querías dedicarle tu atención en ese momento. Esta ventana emergente es un pensamiento intrusivo.
Calentarnos la cabeza, algo que a todos nos ha pasado y que es terriblemente incómodo. Algo que puede convertir un sábado de descanso en un ensayo constante en tu mundo de fantasía pensando en las mil y una formas de callarle la boca a ese compañero de trabajo plasta con el que discutiste.
Los pensamientos intrusivos pueden llegar a tocar fibras sensibles en la propia experiencia humana ya que median continuamente en nuestra mente, afectando de una forma tanto directa como indirecta en nuestro estado emocional. Y es que las situaciones por sí solas no determinan cómo nos encontramos, pero sí las interpretaciones que hacemos de ellas, y en estas interpretaciones se encuentran este tipo de pensamientos. Estos pensamientos pueden ser imprecisos y no estar basados completamente en la realidad, por lo que la forma en la que percibimos e interpretamos puede ser inexacta, poco precisa o llevarnos a reaccionar de una forma desadaptativa.
Pueden aparecer de diversas formas, desde imágenes hasta recuerdos, de forma inesperada y generando un desafío a nuestra tranquilidad. Todos tenemos este tipo de pensamientos a lo largo de nuestro día, solo hemos de tener en cuenta que estos pensamientos intrusivos no son más que una manifestación de nuestros pensamientos y emociones más compleja. La pandemia mundial ha tenido un alto impacto en la población y ha contribuido en el aumento de este tipo de pensamientos en la gran mayoría de las personas. La constante preocupación y el miedo por no tocar nada, no acercarnos entre nosotros, lavarnos continuamente y muchas otras de las normas establecidas para evitar el contagio, han podido desarrollar ciertos pensamientos obsesivos en personas que antes no los contemplaban. Es importante tener claro que tener este tipo de pensamientos son comunes en todos y que no nos definen como personas.
Podríamos escribir largo y tendido sobre los tipos de pensamientos intrusivos. Y aunque pudiéramos puntualizarlos todos, la manifestación de cada uno de ellos dependerá de la persona que los vive, de su contexto, sus vivencias o su relación con el mundo, factores individuales y contextuales que influyen en cada uno de ellos. Pero podríamos abordar algunos de los más comunes ejemplificándolos:
Muchas veces estos pensamientos se relacionan directamente con personas con Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC), pero como ya hemos visto, todo el mundo los tenemos. La cuestión es que, cuando hablamos de TOC, hemos de tener en cuenta que los pensamientos intrusivos son un componente primario, una condición necesaria para que exista este trastorno, por lo que la relación es directa y evidente. La diferencia con las personas que no padecen un TOC es que, tras aparecer estos pensamientos intrusivos, aparecen una serie de acciones llamadas compulsiones, las cuales tienen una gran cantidad de formas, con la finalidad de paliar el malestar generado por estos pensamientos intrusivos.
Es cierto que en ciertas situaciones podemos plantearnos si nosotros mismos podemos padecer este trastorno. Cuántas veces hemos aparcado el coche, lo hemos cerrado y hemos echado a andar y, tras 20 metros andados, nos vemos atraídos hacia el coche para verificar que está cerrado, a pesar de que escuché el “bipbip” o vi las luces encenderse. Más de uno hemos llegado de nuevo al coche, hemos agarrado el tirador de la puerta y casi nos quedamos con él en la mano. Y esto es solo un ejemplo de tantos que podemos vivir día a día en nuestra vida. Una forma sencilla de ponernos a prueba al respecto sería preguntarnos: ¿Qué pasaría si no vuelvo al coche y confío en que sí que lo he cerrado?
Partimos de la base de que no podemos controlar lo que pensamos. Aún menos este tipo de pensamientos que ya hemos comentado que son totalmente automáticos e involuntarios. Ahora bien, si estos pensamientos comienzan a generar un alto malestar en nuestra vida, patrones desadaptativos o ciertas disfuncionalidades, hay varias cosas importantes para poder comenzar a gestionarlos.
Por un lado, reconocerlos y entenderlos. Saber qué son y tratar de entender qué función tienen. Darnos cuenta del malestar que nos generan. Encerrarnos en un continuo “quiero intentar no pensar en eso” nos vuelve aún más esclavos de estos pensamientos, que se van apoderando de nosotros y alimentándose de nuestro miedo a no plantarles cara. Intentar no prestarles atención para que desaparezcan es como si te pido que no pienses en un elefante rosa… ¡Exacto! Está condenado al fracaso.
Por otro lado, enfrentarlos y cuestionar su validez sin tratar de suprimirlos y generando consciencia de ellos puede ayudar a disminuir el poder que llegan a ejercer en nosotros y fomentar el desarrollo de pensamientos más adaptativos, dándonos más libertad y bienestar emocional. Pretender controlar algo que no puede controlarse, como son los pensamientos, es básicamente una pérdida de tiempo y un aumento de frustración.
Finalmente, piensa que, en mayor o menor medida, estamos siempre sometidos a presiones, situaciones desafiantes o aversivas que pueden despertar miedos, inseguridades, sensaciones de incapacidad… Lo que puede llevarnos a darle vueltas continuamente a la cabeza hasta dar con una respuesta, que probablemente nunca aparezca, con el fin de generarnos cierto bienestar. Por todo esto, entender qué está ocurriendo en mí, tomar consciencia y desarrollar autocompasión por uno mismo, puede ayudarnos a reducir la frecuencia de los pensamientos, así como el impacto que generan en nosotros.